miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cuando alguien lo dice


En nuestro idioma son dos palabras. En el resto suele tener tres, pero en cualquier caso, contienen la fuerza demoledora de un hechizo. Dilas cuando no debes y serás la única víctima de la catástrofe que provocan. Y es que, al contrario de lo que pueda parecer, muy a menudo inducen a sentimientos de repulsa, por mucho que estén relacionadas con el amor. Si te lo dice alguien de quien no estás enamorada, hagas lo que hagas no podrás impedir que haberlas oído te aparte de él.


¿Qué es lo que tienen que tanto pavor y rechazo provocan? En vez de sentir alegría nos sobrecoge el temor y luego, un velo de inconvenientes cubre y transforma al desdichado que las dijo, el cual, al poco, sólo nos inspira desprecio, porque le vemos a nuestra merced, sumiso, vencido, carente ya de interés. Él ha caído y el receptor se mantiene a flote. Y diciéndolo se torna tan débil a nuestros ojos que hay que protegerle para no herirle. De ser un igual pasa a estar muy abajo; de deleitosa compañía, a incordio. Te venera, no te deja en paz, reclama tu continua atención, incluso se alegra de recibir tus insultos, lamería el suelo tras tus pasos, se humillaría, te imploraría, abandonaría sus quehaceres para postrarse ante un teléfono a esperar tu llamada, perdido todo dominio y fuerza de voluntad. Ciertamente, está hechizado. 


Si era un amigo o un compañero con quien podías charlar relajadamente, ya no. Ha dejado de serlo. Ahora tendrás que medir las palabras para evitarle sufrir, pues sabes que tú, al no sentir lo mismo, eres la única causa de su infelicidad. Sin pedirlo, tienes al lado a alguien que se porta como si fuera tu pareja. ¡Es insoportable! Uno no quiere tener a nadie a su cargo; uno no quiere más responsabilidades que las que la vida le adjudica, y sin embargo, con el “te quiero”, te sientes obligado. ¿Qué le vas a hacer? Tú no le quieres, pero sabes cuánto duele no ser correspondido y desde tu puesto poderoso, pronto sientes que te cuesta seguir llamándole, te pone los pelos de punta cruzarte en su camino y ves en sus ojos una completa sumisión y una súplica desesperada. ¡Pobre del enamorado no correspondido que al confesar su amor queriendo causar gozo, no halla sino soledad! Y es que querer es egoísta. Es como si la comunidad de vecinos te dice “Te queremos. Se tú el presidente.” Oh, vaya, qué bien. A preocuparme yo de todos. El que te dice “te quiero” no acaba la frase. Tendría que añadir “a todas horas”. “Quiero tu cuerpo, tu mirada, tus pensamientos, tu atención, tu tiempo. Que me escuches, que me atiendas, que me mimes, que te dediques sólo a mí”. ¡Venga, hombre! ¿Y qué se queda para mí? ¿Tu amor, el que ni he pedido ni he buscado? Es como si me toca una moto en el sorteo de un hipermercado. ¿Y si no me gustan las motos? Ya me hacen molestarme en realizar un montón de papeleo y en buscar comprador. En nuestros genes está grabado a fuego perseguir lo imposible para salvaguardar la supervivencia de nuestra especie. Cuando ya has conseguido tu objetivo, por difícil que fuese, al terminar el flirteo desaparece el misterio y con él la mayor parte del interés. Así que ya sabes: si deseas apartar de tu vida a alguien que te es molesto, dile que le quieres. En la mayoría de los casos (en realidad siempre que no seas correspondido), servirá para que desaparezca. 


Ahora bien, si te lo dice alguien de quien sí estás enamorada… es bien distinto. Subirás al séptimo cielo con más impulso que una nave de la NASA. La cantinela del “me quiere, me quiere, ¡me quiere!” sonará como un mantra en tu cabeza. Ambos pelearéis por ver quién se entrega más, quién se sacrifica más para hacer feliz al otro. "Te quiero" “No cariño, Yo te quiero más”. 


En la única ocasión en que no tiene ningún efecto es cuando sabes que quien te lo dice lo utiliza como cumplido. Marido, mujer, aniversario, flores, bombones, un “te quiero” rutinario entre dientes, confusamente susurrado al oído junto a un volátil roce de mejillas. El aludido responde como un autómata “Ya… Y yo también a ti”. El paso el tiempo lo ha vaciado de sentimiento, el enamoramiento se convierte en difuso apego, pero existe la necesidad de decirlo porque produce alivio. Un engaño entre dos construido que deja vivir y respirar. Consuela tener un testigo de tu vida. 


Conclusión: Nunca des lo que no te piden. Si no lo necesitan, no van a querer usarlo. Y si lo das con toda tu buena intención, lo usarán por decencia y enseguida comenzarán a detestarlo. Eso si no lo tiran directamente a la basura. O si no se lo dan a otro. No olvidemos que la decencia y la educación no abundan en los días que vivimos.


¡Lástima que el amor no sea intercambiable! “¿Que me quieres? Ya, pero es que no me hace ninguna falta. ¿Por qué mejor no quieres a mi amiga Fulanita, que está muy falta de amor?”. El ser humano siempre ansía lo difícil de conseguir. Si quieres a alguien y quieres hacerle feliz, no se lo digas. Hay mil maneras de verlo y de comprobarlo antes que oírlo. El querido se sabe querido sin que se lo digan. El amor se ve, se nota, se siente. Mejor no lo digas, y si quieres experimentar ese espléndido estado de alborozo hormonal, cruza los dedos para no oírlo, incluso de alguien que te ame en secreto. Ansía, anhela, espera, sueña: una vez lo tengas… ya sabes: te fijarás un nuevo objetivo. Mientras ni lo digas ni te lo digan, aún podrás disfrutar.

5 comentarios:

  1. Voy a ser la nota discordante: todo aquel que quiere además necesita saber que es correspondido, y eso no es tan fácil ni es siempre intuitivo. Y, para qué engañarnos, a todos nos gusta que el objeto de nuestro amor nos corresponda.

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  2. Hola Dra., me alegro de verte por aquí. Está claro que quiere ama quiere ser correspondido, pero para el ser amado que no le corresponde el hecho de oír un te quiero en boca del otro le produce cierto rechazo, aunque sea inconsciente.
    Es obvio que cuando el amor es correspondido es agradable oír que el otro te quiere, pero sigue siendo más importante demostrarlo que decirlo.

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  3. La gente necesitamos transmitir nuestros sentimientos y aún más conocer los que los demás albergan hacia nosotros. ¿A quien no le gusta sentirse querido? Por supuesto estoy de acuerdo en que el sincerarse y dejar aflorar los sentimientos. –Especialmente si se hace llevados por un impulso repentino- Puede en ocasiones acarrear situaciones bastante incomodas. Incluso estropear irremediablemente una estupenda amistad. Pero supongo que en esencia el amor es eso. El ansia de disfrutarlo abiertamente aunque sea a costa de ponerse en ridículo o de fastidiarla estrepitosamente.

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  4. Llevo dos décadas largas con mi pareja. Procuro decirle todos los días un te quiero. A ser posible susurrado en su oído.

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  5. Primera vez que te leo...
    No será la última...

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