martes, 8 de marzo de 2011

De cómo hoy llegó a ser mi Día Internacional (también)


¡Feliz día de la mujer trabajadora!

Yo, para dar buen ejemplo, lo he celebrado con un ritual que estoy segura de que muchas habréis seguido conmigo:
Suena el despertador. Después de apagarlo unas cuantas veces, me animo y me decido a salir de la cama.

Abro la habitación de mi pequeñuela, que ya hace un par de horas que golpetea la puerta desesperada, le pongo comida y le doy un par de achuchoncetes de buenos días.

Ventilo la habitación, cambio las sábanas y, con permiso de Nieve, hago la cama.

Pongo una lavadora de color (en esto he mejorado, lo prometo) con las sábanas que he quitado (porque lavarlas puestas es realmente difícil) y la ropa sucia que voy identificando por la casa. ¿Cómo se identifica la ropa sucia? Yo tengo una diferenciación clara: si está en el suelo es porque está sucia, pero Pasteloso es un maniático del orden y, como tal, no soporta ver nada por el suelo; por tanto he tenido que desarrollar mi sentido del olfato para distinguir entre la ropa colgada del perchero que él considera semi-sucia (es decir, usada pero que puede volver a ponerse antes de ser lavada) y la realmente sucia. Lavar la ropa limpia sería una gilipollez, además de una pérdida de tiempo y recursos que no podemos asumir con nuestros humildes sueldos. Pero imaginad que suelto un discurso ecologista y que lo hago por el agua y el bien del planeta, que en realidad me chorrea la pasta y molo mazo.

Mientras la lavadora hace su trabajo, recojo los platos que están en remojo en la mini-pila que venía con el piso del pasillo infinito (¿por qué las hacen así, para asegurarse de que pongas bidé en los cuartos de baño? ¡si no caben ni los platos de postre!) para jugar al tetris y meterlos en el lavavajillas. Le damos su pastillita de limón, cerramos, On, Play. Puesto.
Dejo a las dos maravillas de la tecnología haciendo lo suyo y me disponto a cosas menos mecánicas: quitar el polvo, barrer, pasar la mopa y la fregona. Teniendo en cuenta mi rinitis, quitar el polvo es una auténtica aventura y me lo paso pipa entre estornudo y estornudo. Es casi tan diver como cuando me depilo las cejas.

Respecto a la limpieza del porcelánico, al principio pasaba los tres tenores al suelo de toda la casa -escoba, mopa y fregona-. Como ya he comentado, el piso tiene un pasillo infinito y esto me llevaba mucho tiempo. Ahora he aprendido que según la zona de la casa, los acúmulos de mierda tienden a ser sólidos, pelosos, líquidos o mixtos, y según el tipo de residuo utilizo uno u otro instrumento de limpieza. Esto me ha ahorrado una cantidad considerable de tiempo y aunque pueda parecer una guarrada, si tenemos en cuenta que solamente vivimos dos personas en casa y pasamos la mayor parte del tiempo fuera, es limpiar sobre limpio. Hay que economizar.

Para cuando termino de borrar las huellas de gato del suelo, la lavadora y el lavavajillas han acabado sus respectivos programas. Suena el teléfono, Pasteloso anuncia que no viene a comer. Guardo el preparado de fideuà que me había pedido de menú el señor para otro día.

Abro el lavavajillas con cuidado, para evitar que el vapor caliente abrase mis córneas. Cuando llevaba gafas se me empañaban y era gracioso, pero que se te chamusquen las pestañas deja de ser cómico y pasa a ser doloroso. Saco las dos bandejas y dejo que los platos se aireen un poco para no derretir mi dermis con la porcelana ardiendo. Hay veces que me pregunto si mi querida suegra en lugar de un lavavajillas compró un autoclave.

Mientras la vajilla se atempera, cojo el barreño, vacío la ropa de la lavadora y me dirijo a la terraza, en cuya puerta Nieve me espera ansiosa para juegar a ladrarle a los pajaritos mientras tiendo la ropa.

Suena la alarma del móvil, que se pone a vibrar como un loco en mi bolsillo entre unas cuantas pinzas de tender. Son las 14:00 h. Mierda, ya me estoy perdiendo la masletà y como no me dé prisa voy a llegar tarde a trabajar...

Guardo la vajilla limpia mientras recaliento unos macarrones sobrados que me esperan en el frigorífico desde ayer. Como en 7 minutos. Ya con las llaves en la mano, vuelvo a la cocina para sacar del congelador la cena de esta noche.

Salgo de casa y me dirijo hacia donde aparqué ayer el coche y descubro que tengo una rueda deshinchada ¿se habrá pinchado? da igual, tengo que llegar al trabajo sí o sí.

Llego a la empresa a las 14:45 h.

Cumplo con mi jornada laboral, un día más.

Estoy de vuelta en casa a las 22:30 h.

Pasteloso está malito y ha decidido que el mejor tratamiento para su lumbalgia es quedarse catatónico en el sofá viendo el Barça con dos cervezas. Se niega a tomar ningún medicamento soltándome la historia de cuando su padre tuvo el intestino perforado como un colador por culpa de no sé qué pastillas y blablabla y por supuesto no puedo dejarle solo porque me pone ojitos de cordero degollado y yo no lo puedo soportar.

Parece que soy enfermera a tiempo completo, pero a este paciente no puedo darle órdenes porque me hace chantaje emocional y le funciona de una forma cojonuda. Manda narices.

Tengo hambre...

La carne de la cena sigue descongelándose donde la dejé.

2 comentarios:

  1. Una entrada grandiosa!. Feliz Día atrasado... más vale tarde que nunca.
    BeXo.

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  2. Qué gran día de descanso el tuyo...
    A ver si actualizas un poquito más a menudo, que siempre que paso por aquí está la misma entrada, y tengo ganas de leerte ;)
    ¡Un saludo!

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