domingo, 5 de junio de 2011

De pequeños robos que hacen grandes fortunas


Tengo la mala costumbre de no llevar nunca dinero en efectivo. Procuro llevar alguna cantidad de emergencia en metálico, por si me veo obligada a comprar en un pequeño comercio. Alguna vez llevo 50 euros si me pillas recién salida del banco, pero ese día me siento como si todo el mundo estuviera a punto de atracarme y voy insegura por la calle, igual que cuando me pongo las joyas "de verdad" y no las pulseritas de plástico que acostumbro a llevar cuando salgo de fiesta. Supongo que es una exageración, pero recordad que este blog se llama basura mental de una paranoica por algún motivo.



Además, desde que vine a vivir con Pasteloso el cajero más cercano del cual puedo sacar dinero sin que me cobre comisiones está bastante lejos de mi casa y acudir a él adrede me da una pereza increíble.



Tras varias situaciones de vergüenza pública en las que he llegado a la caja y me he visto obligada a abandonar la compra por encontrarme sin dinero en efectivo, mi cerebro tiene asimilado un mapa de los comercios en los que se puede pagar con tarjeta, ignorando como si no existieran aquellas tiendas en las que no tienen datáfono. En las situaciones de pago colectivo, como en las cenas con amigos y demás, suelo llevar la cuenta del dinero de todos y pago la cuenta con mi tarjeta. Así salgo airosa de mi falta de efectivo y de paso consigo algo de dinero en metálico para pasar el mes sin tener que visitar el cajero. He de confesarlo, pero aunque soy una adicta al dinero de plástico he aprendido a convivir con ello y no me supone un problema en la mayoría de ocasiones.



La semana pasada, después de meses colocando cubos bajo una fuga de agua en la caldera de casa, encontramos una promoción en una gran superficie de bricolaje y decidimos comprar una nueva. Mientras Pasteloso y mi bruja descargaban la caldera de la enorme montaña de promociones, me encomendaron la tarea de ir a por un carro de la compra. Después de recorrer toda la tienda, cuando llegué a la ristra de carros y abrí mi monedero, no llevaba una sola moneda apta para sacar el carrito de la cadena. Al volver junto a ellos, me miraban con los ojos fuera de las órbitas después del esfuerzo de bajar el pesado trasto sin comprender por qué después de mi paseíto no traía el dichoso carro. Después de un largo sábado de compras, Pasteloso perdió la paciencia con mi aversión al dinero en efectivo.



Fuimos a cenar, al cine y una vez de vuelta a casa, al pasar por delante del cajero de mi banco paró el coche en la puerta y me obligó a sacar dinero. Pero no tuvo en cuenta que los cajeros huelen el miedo...



Pongámonos en situación. Sábado de madrugada. Paranoica se dirige al cajero automático situado en el exterior de la oficina bancaria dispuesta a sacar dinero suficiente para pasar el mes sin utilizar la tarjeta, claramente forzada por Pasteloso.



- Inserto la tarjeta en el cajero.

- Introduzco mi número secreto, vigilando que nadie me observe, como bien apunta la pantalla.

- Indico la operación que quiero realizar: retirar efectivo en la cantidad que quiero retirar.

- Señalo que quiero justificante.

- El monitor del cajero señala que la operación no ha podido realizarse.

- Imprime el justificante.

- Recojo el justificante: Operación no realizada.


Con cara de estupefacción, observo que en el interior de la oficina bancaria hay otro cajero y me dirijo a probar suerte.



- Inserto la tarjeta en el cajero.

- El monitor del cajero señala: Espere un momento, por favor.


Después de 10 momentos esperando por favor, esta vez con cara de gilipollas me quedo pensando qué narices hago yo ahora que el cajero ha decidido tragarse mi tarjeta a las 2:00 de la madrugada y sin un céntimo en efectivo. Paranoica, eres idiota.



Cuando se cansó de estar esperándome en el coche y sin saber de mí, Pasteloso acudió a mi rescate lanzando aspavientos. Al explicarle lo sucedido dejó de gritarme improperios y dirigió su furia hacia la entidad bancaria. Móviles en mano, nos pusimos a llamar a los teléfonos que había: uno de atención al cliente (que no atendió a esta clienta por encontrarse fuera de horario) y otro de incidencias 24h con todas las operadoras ocupadas.



Tras 27 desesperantes minutos de espera al teléfono, con un calor sofocante dentro del cajero del que no podíamos salir para no dejar a mi querida tarjeta allí atrapada y al alcance de cualquier ladrón, una tal Ruth por fin atendió mi llamada. Me informó de que mi caja de ahorros había tenido a bien hacer operaciones de mantenimiento en toda su red de cajeros, sin indicarlo de ningún modo, y un buen número de clientes habían estado notificando la misma incidencia a lo largo de la noche. Inactivé mi tarjeta de crédito para poder irme a dormir tranquila, pero sin dinero y sin tarjeta.



Por puñetas del destino, me vi obligada a devolver varias de las compras que había realizado con la tarjeta aquél mismo día, entre ellas la famosa caldera. Como todos sabréis, cuando pagas algo con tarjeta de crédito y devuelves el producto, en el comercio te piden la misma tarjeta con la que has hecho la compra para devolverte el dinero con la misma forma de pago. Ya me habían jodido.



Después de unas cuantas llamadas a mi banco, me juraron y perjuraron que tendría la tarjeta vieja rescatada de las entrañas del cajero malhechor, inactivada pero operativa para la devolución de efectivo de mis compras, además de otra nueva cuya petición había tramitado al dar de baja la anterior. Por solicitar una tarjeta nueva me cobran 14 euros de comisión, cosa que no me parece bien en absoluto al ser un error de la entidad bancaria y no mío. Mi entidad echa balones fuera, diciendo que al tratarse de un carnet joven es el Instituto Valenciano de la Juventud quien estipula esa tarifa. Como mi carnet joven estaba a punto de caducar, hago la vista gorda ya que al llegar el nuevo con una validez de 2 años me cobrarían igualmente la tarifa tarde o temprano y por un par de meses no me iba a poner a malas (aunque debiera, aquí Pasteloso no está de acuerdo). Pero, oh sorpresa, al recoger hoy mi tarjeta nueva tiene la misma fecha de caducidad que la anterior, por lo tanto no me prolongan el periodo de validez y en dos meses cuando me vuelva a caducar volverán a cobrarme 14 euros.



Yo no quiero pensar mal, pero teniendo en cuenta la situación económica por la que están pasando las cajas de ahorro de nuestro país, si en una noche sus cajeros se han tragado por poner un número mil tarjetas de crédito, sabiendo que por una tarjeta nueva se cobra una cierta comisión a cada usuario... haced números. Eso sí, con un par de espabilados que les planten una buena demanda o simplemente indignados que pierdan como cliente, los números no les van a salir.




En pleno siglo XXI, con todo informatizado, señores directivos de la CAM ¿qué les cuesta poner un cartelito? Para la próxima, yo les doy una idea (y gratis):



"CAJERO FUERA DE SERVICIO.

En estos momentos estamos realizando operaciones de mantenimiento.

Lamentamos las molestias."

3 comentarios:

  1. jajaja, lamento ser tan egoísta, pero... me dio risa la situación, será por cómo la escribes.
    Y bueno, yo vivo de pelea con mi banco y nunca cargo mucho efectivo para evitar gastar tanto. No soy paranoica pero sí compulsiva. Creo que el banco no aprenderá la lección, mas bien le das la razón a pasteloso de que debes cargar tus moneditas con algunos billetes

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  2. Al igual que Wendy, siento profundamente haberme reído con tu desgracia, pero es tu forma de contarlo, seguro.
    Y sí tienes toda la razón. Será por eso que mi pasteloso particular ya hizo en su momento mil llamadas y nunca nos cobran las tarjetas... bueno es él!!

    BeXitos, guapetona!

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  3. he leido esto despues de pasar algo igual, pero no con el banco, sino con mi empresa de telefonia movil. Las grandes corporaciones son un asco.

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